Ermita de Santa Ana y Calvario
La Ermita de Santa Ana, juntamente con el Vía Crucis que la circunda, constituye uno de los parajes más pintorescos y típicos de Ontinyent. Situada al norte de la población se alza una loma o colina poblada de pinares y cipreses por entre los cuales serpentea el camino del Calvario, con las clásicas casetas o "pasos". Desde aquella espléndida atalaya, la ciudad se ofrece en toda su extensión, prolongándose la vista por el ubérrimo Valle de Albaida que se extiende a sus pies.
Inicialmente, solo se conoció en este altozano una ermita de muy reducidas dimensiones que fue edificada en el año 1416, a expensas de Doña María Ana Albuixech Olivares, descendiente de uno de los primeros repobladores que llegaron a Ontinyent, tras la reconquista de la villa, en 1245, por Jaime I de Aragón. Posteriormente, durante el siglo XVI, en 1522, se levantó una nueva edificación, siendo costeadas las obras por un franciscano, el P. Fray Salvador, religioso del convento de Santo Espíritu del Monte (Gilet).
Siglos más tarde, entre los años 1842 y 1845, bajo la dirección pericial del maestro de obras Luis Perlacia, y con la colaboración del vecindario, se levantó la obra del conventillo anejo a la ermita, utilizado como lazareto durante las epidemias coléricas que afectaron a Ontinyent durante el pasado siglo. De nuevo, en el año 1849, cuando el santuario pasó a depender de la jurisdicción de la nueva parroquia de San Carlos, se acometieron nuevas obras de ampliación y la iglesia pasó a adoptar la forma de cruz latina, cuya nave central desemboca en un crucero cubierto por una bóveda ciega y rebajada. A la derecha de dicha nave se abre una capilla (donde hoy se venera la imagen de Santa Ana), cuyo cuerpo de obra corresponde a una parte de la primitiva ermita; la otra mitad se halla formando parte del zaguán de la casa de ejercicios contigua. También corresponde a la reforma del citado año 1849, la construcción de la torre, con cuerpo para campanas y tejado piramidal, con adorno de jarrones en las esquinas.
Con esta silueta ha permanecido la ermita casi hasta nuestros días, si bien, durante los años cuarenta y sesenta del siglo XX, el primitivo hospicio o conventillo fue notablemente ampliado con nuevos cuerpos de obra, transformándose es casa de servicios espirituales. También, en estas fechas, la antigua hornacina donde se veneraba la imagen del crucificado, fue sustituida por una altar de corte moderno, con un retablo de mosaicos representando figuras de la Pasión, poco acorde con el estilo del templo. De igual manera, el antiguo Vía Crucis, de piedra labrada, que fue destruido durante la guerra civil, fue reemplazado por otro que se construyó al término de la misma, sobre planos y diseño del Padre Bernardino Cervera, de estilo neogótico.
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